jueves, 27 de noviembre de 2014

Cuando el niño se porta mal... Más allá de los sermones


Por supuesto que hay muchas técnicas para cuando el niño se porta mal:

La chancla

El sermón

El castigo

La amenaza

El retiro de privilegios

Y si bien la mayoría de estos funcionan, el costo puede ser elevado. El niño cambia por la presión externa (el miedo a…), e introyecta (guarda en su subconsciente) la noción de que “hay algo mal en mí, merezco ser castigado”. De ahí surge el que tantos padres hoy aprueban este tipo de trato con los niños.

Queremos proponerte una opción para corregir sin lastimar, que funciona con niños de 3 a 7 años. Se llama: “El cuento de la hormiga” (o cualquier otro animal )

En esta etapa, el niño está inmerso en un mundo de fantasía. Su imaginación no sucede al azar. Todo lo que describe y vive es proyección de sí mismo, una extensión de quién es y quién quisiera ser.

Por esto, cuando se porta mal:

1- Haz un alto para el niño. Detén el comportamiento inapropiado. Indícaselo con claridad y firmeza.

2- Espera 10 a 15 minutos. Permite que el momento pase, y que el niño no esté enfocado en el evento.

3- Relata un cuento corto (5 minutos) en el que describes el suceso tal y como sucedió, haciéndolo en tercera persona y usando animales, en lugar de al niño.

“Había una vez una hormiguita que quería jugar mucho tiempo. Cuando mamá hormiga dijo que ya era hora de irse a bañar, la hormiguita comenzó a refunfuñar. No obedecía a su mamá, y gritaba y gritaba - ¡Quiero jugar más! ¡No quiero bañarme!

Mamá hormiga, ya casi desesperada, dijo con una fuerte voz - ¡Basta de jugar! ¡A bañarse he dicho!

La hormiguita se metió a bañar enojada. Y ya que estaba en el agua, jugaba y jugaba con el jabón, ¡muy feliz!”

La función principal del cuento es ayudar al niño a verse reflejado a través del cuento. Como no se trata de sí mismo, sino de “una hormiga”, no lo siente como regaño. Ya que ha pasado el momento no está enganchado emocionalmente, y se presta para que reflexione sobre su comportamiento. Al escucharlo en tercera persona, no se siente juzgado ni culpado, por lo que no introyecta la noción de que hay algo mal en él.

Y esta es la verdad. No hay nada malo en nuestros niños. Simplemente están aprendiendo a adaptarse y convivir con otros.

Las reglas para hacer el cuento:

Hacerlo cuando ya pasó el evento y la emoción del mismo, pero no esperar demasiado.

No debe durar más de 5 minutos.

Relatar los sucesos TAL CUAL. Resiste la tentación de inculcar moral, valores o moralejas. Incluye tus reacciones - también te ayudará a ti a darte cuenta y aceptar tus errores.

Si el niño dice que no quiere escucharlo más, hazlo más corto y divertido. No debe sonar como sermón con moraleja, sino como CUENTO.

No esperes resultados inmediatos. La toma de consciencia lleva tiempo. Confía en que tu hijo tiene todo lo que necesita para madurar y crecer con amor.

NOTA: Es importante señalar que a muchos niños no les gusta verse reflejados. Sobre todo si lo asocian con sermones o chantajes emocionales que han recibido antes.


 

miércoles, 12 de noviembre de 2014

El día en que dejé de decir "date prisa"


Cuando estás viviendo una vida apretada, cada minuto cuenta. Sientes que deberías tachar algo de la lista de cosas pendientes, mirar una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente destino. Y no importa en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no importa cuántas tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo para ponerse al día.

Esa fue mi vida durante dos años frenéticos. Mis pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones electrónicas, melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada fibra de mi sargento interior quería llegar a tiempo a todas las actividades de mi programa, yo no.

Verás, hace seis años, fui bendecida con una niña relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler las rosas.

Cuando tenía que estar ya fuera de casa, ella estaba ahí, toda dulzura, tomándose su tiempo para elegir un bolso y una corona con purpurina.

Cuando tenía que estar en algún sitio desde hacía cinco minutos, ella insistía en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a su peluche.

Cuando necesitaba pasar rápidamente a comprar un bocadillo en Subway, se paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su abuela.

Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería que parase la sillita para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos.

Cuando tenía la agenda completa desde las seis de la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con todo cuidado.

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Mi niña despreocupada fue un regalo para mi personalidad de tipo A, orientada al trabajo, pero yo no lo vi. Oh no, cuando tienes una vida apretada, tienes visión de túnel - solo ves el siguiente punto en tu agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida de tiempo.

Cada vez que mi hija me desviaba de mi horario, me decía a mí misma: "No tenemos tiempo para esto". Así que las dos palabras que más usaba con mi pequeña amante de la vida eran: "Date prisa".

Empezaba mis frases con esas dos palabras.

Date prisa, vamos a llegar tarde.

Y las terminaba igual.

Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa.

Comenzaba el día así.

Date prisa y cómete el desayuno.

Date prisa y vístete.

Terminaba el día de la misma forma.

Date prisa y lávate los dientes.

Date prisa y métete en la cama.

Y aunque las palabras "date prisa" conseguían poco o nada para aumentar la velocidad de mi hija, las pronunciaba igualmente. Tal vez incluso más que las palabras "te quiero".

La verdad duele, pero la verdad cura... y me acerca a la madre que quiero ser.

Entonces, un día trascendental, las cosas cambiaron. Habíamos recogido a mi hija mayor del cole y estábamos saliendo del coche. Como no iba lo suficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor le dijo a su hermana: "Eres muy lenta". Y cuando se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro exasperado, me vi a mí misma - la visión fue desgarradora.

Yo era una matona que empujaba y presionaba y acosaba a una niña pequeña que sólo quería disfrutar de la vida.

Se me abrieron los ojos, vi con claridad el daño que mi existencia apresurada infligía a mis dos hijas.

Aunque me temblaba la voz, miré a los ojos de mi hija pequeña y le dije: "Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que te tomes tu tiempo, y me gustaría ser más como tú".

Mis dos hijas me miraban igualmente sorprendidas por mi dolorosa admisión, pero la cara de mi hija menor tenía un brillo inconfundible de validación y aceptación.

"Prometo ser más paciente a partir de ahora", dije mientras abrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa de su madre.

Fue bastante fácil desterrar las palabras "date prisa" de mi vocabulario. Lo que no fue tan fácil era conseguir la paciencia necesaria para esperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a las dos, empecé a darle un poco más de tiempo para prepararse si teníamos que ir a alguna parte. Y a veces, incluso así, todavía llegábamos tarde. En esos momentos me tranquilizaba pensar que solo llegaría tarde a los sitios unos pocos años, mientras ella fuese pequeña.

Cuando mi hija y yo íbamos a pasear o a la tienda, le dejaba marcar el ritmo. Y cuando se paraba para admirar algo, intentaba quitarme la agenda de la cabeza para simplemente observar lo que hacía. Vi expresiones en su cara que no había visto nunca antes. Estudié los hoyuelos de sus manos y la forma en que sus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi cómo otras personas respondían cuando se paraba para hablar con ellos. Observé cómo descubría bichos interesantes y flores bonitas. Era una observadora, y aprendí rápidamente que los observadores del mundo son regalos raros y hermosos. Ahí fue cuando por fin me di cuenta de que era un regalo para mi alma frenética.

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Mi promesa de frenar es de hace casi tres años, y al mismo tiempo empezó mi viaje para dejar de lado la distracción diaria y atrapar lo que de verdad importa en la vida. Vivir en un ritmo más lento todavía requiere un esfuerzo extra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de por qué tengo que seguir intentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a recordar.

Habíamos salido a dar un paseo en bicicleta durante las vacaciones. Después de comprarle un helado, se sentó en una mesa de picnic para admirar con deleite la torre de hielo que tenía en la mano.

De repente, una mirada de preocupación cruzó su rostro. "¿Tengo que darme prisa, mamá?"

Casi lloro. Tal vez las cicatrices de una vida acelerada no desaparecen por completo, pensé con tristeza.

Mientras mi hija me miraba esperando a saber si podía tomarse su tiempo, supe que tenía una opción. Podía sentarme allí y sufrir pensando en la cantidad de veces que le había metido prisa a mi hija en la vida... o podía celebrar el hecho de que hoy intento hacer algo distinto.

Elegí vivir el hoy.

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"No tienes que darte prisa. Tómate tu tiempo", le dije tranquilamente. Su rostro se iluminó al instante y se le relajaron los hombros.

Y así estuvimos hablando de las cosas de las que hablan las niñas de seis años que tocan el ukelele. Incluso hubo momentos en que nos sentamos en silencio simplemente sonriendo la una a la otra y admirando las vistas y sonidos que nos rodeaban.

Pensé que mi hija se iba a comer toda la maldita cosa - pero cuando llegó al último pedazo, me pasó la cuchara con lo que quedaba de helado. "He guardado el último bocado para ti, mamá", me dijo con orgullo.

Mientras el manjar saciaba mi sed, me dí cuenta de que había hecho el negocio de mi vida.

Le di a mi hija un poco de tiempo ... y, a cambio, ella me dio su último sorbo y me recordó que las cosas son más dulces y el amor llega con más facilidad cuando dejas de correr por la vida.

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Ya se trate de ...

Tomarse un helado

Coger flores

Ponerse el cinturón de seguridad

Batir huevos

Buscar conchas en la playa

Ver mariquitas y otros bichos

Pasear por la calle

No diré: "No tenemos tiempo para esto". Porque básicamente estaría diciendo: "No tenemos tiempo para vivir".

Hacer una pausa para deleitarse con los placeres simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.

(Confía en mí, he aprendido de la mejor experta del mundo.)

miércoles, 5 de noviembre de 2014

¿Por qué es importante el hábito de estudio?

Fuente Imagen | http://www.educayaprende.com/
La adquisición del hábito de estudio, que empieza desde que el niño es pequeño con el aprendizaje de otros hábitos importantes, le ayuda a hacer del estudio una actividad diaria e ineludible.

Mediante este hábito el niño adquiere un método a través del cual estudiará más con menos esfuerzo.
Asimismo, se sentirá más seguro en relación con los estudios y confiado en sus capacidades para superar las diferentes pruebas académicas.

El estudio es fundamental para el aprendizaje del niño, ya que le dota de los conocimientos necesarios para enfrentarse al día a día y a su futuro desempeño laboral.
También ayuda al pequeño a desarrollar sus capacidades lingüísticas y cognitivas, como la atención y la memoria. Es igualmente importante para la maduración personal, social e intelectual.

El hábito de estudio aumenta las posibilidades de conseguir un alto rendimiento escolar.
Implica constancia y perseverancia, factores fundamentales para el éxito académico.
El éxito académico, unido al social, es muy importante para conseguir el éxito laboral y personal.
Los niños con buenos hábitos de estudio serán más capaces de adaptarse y desempeñar con éxito las labores encomendadas posteriormente en sus puestos de trabajo.

¿Para qué se estudia? 

Esta pregunta se la plantean muchos escolares, y algunas de sus razones para no estudiar pueden ser: "es un rollo", "me aburro", "pierdo el tiempo". Tenemos que ayudar a los niños a desarrollar su motivación hacia los estudios. Han de comprender que las ventajas a corto plazo son más bien escasas. Porque ellos sólo encuentran inconvenientes, como el aburrimiento que provoca hacer los deberes y el número de horas que podrían dedicar a jugar. Hay que hacerles ver que e estudiar tiene muchos más beneficios que no hacerlo.

Lo fundamental es que el niño encuentre su motivación hacia los estudios, sea cual sea:

  • Resulta interesante.
  • Todo el mundo lo hace y yo no voy a ser menos. 
  • Para contentar a mis padres. 
  • Porque me gustaría trabajar de...
  • Para desarrollar mi capacidad mental.
  • Porque me siento útil. 
  • Para ganar más dinero. 
  • Para sacar buenas notas. 
  • Para que mis padres me compren lo que me prometieron. 
Fuente | El manual de Supernany, 2007

jueves, 30 de octubre de 2014

ME NIEGO A SER LA AGENDA DE MI HIJA POR EL WHATSAPP…

Recuerdo la primera vez que envié y recibí los deberes que se había olvidado Enma por el grupo de wahtsapp de las “madres” del cole.

“¡Qué maravilla esto!” pensé inocente de mi sin saber entonces que se iba a convertiren un monstruo que me engulliría en una vorágine de mensajes a partir de las 6 de la tarde con listado de tareas unido a mil fotos de los libros, ejercicios…que me saturaban el espacio del teléfono y cuando tenía que hacer una foto me decía: “memoria llena”. 

El día que VI LA LUZ lo recuerdo con bastante claridad. Fue así:

- Enma: “mamá se me ha olvidado la hoja de los ejercicios de matemáticas, ¿lo dices en el grupo y que te lo manden?”.

Yo como madre solícita, amantísima y servicial me dispuse a hacerlo mientras dejaba las llaves en la entrada, soltaba el bolso en la silla, me sacaba el teléfono del bolsillo y dejaba la bolsa de la compra en el suelo. ¡”Multitasking” en acción!

Entonces algo me paralizó. Fue algo así como UN BOFETÓN DE REALIDAD. Me quedé mirando el teléfono a la vez que veía varios emails de clientes parpadeando en la pantalla y entonces COMPRENDÍ.

Pero ¿qué narices estoy haciendo? pensé. SE ACABÓ.

  • Enma cariño, no es mi responsabilidad que se te hayan olvidado los deberes, es la tuya, por lo tanto mañana dices a la profesora que no los llevas porque se te olvidaron y que la próxima no se te olvidarán.
  • Pero ¡¡¡mamá!!!! ¡¡me pondrá mala nota!!!!!
  • No pasa nada, la próxima seguro que ya no te la pone.
  • Y ¿por qué no lo pides al grupo CON LO FÁCIL QUE ES?
  • Pues precisamente porque ese grupo no está para ser el paralelo de tu agenda sino para cosas urgentes del colegio. Tú no debes confiar en que el móvil de tu madre responda a tus olvidos ya que, es tu responsabilidad traer tu agenda con tus ejercicios. Yo tengo mi agenda y no te pido a ti que me recuerdes si tengo que responder a un cliente, si tengo que preparar un material….así que cada uno debe asumir su parte.

Lo entendió perfectamente y ya nunca más me ha pedido nada de eso a pesar de los olvidos que, tengo que decir, son bastante frecuentes.

Mi agenda y la de Enma

Mi agenda y la de Enma

¿Qué estamos consiguiendo con ser agendas o ayudantes particulares en todo momento de nuestros hijos? Lo de los deberes eternos en casa es otro tema (tengo muchos debates sobre deberes SÍ o deberes NO), voy al tema particular de asumir todo movimiento que hacen nuestros hijos como si fuéramos los ángeles protectores perpetuos tengan la edad que tengan.

Lo que conseguimos es básicamente esto y la lista daría para mucho: 

  • Niños que no asumen ningún tipo de responsabilidad para su edad.
  • Niños que les da miedo hacer cualquier cosa porque tienen nuestros ojos encima por si se equivocan, porque nosotros se lo vamos a hacer mejor.
  • Niños que prefieren poner la atención en otras cosas, porque para éstas “ya está mamá”.
  • Niños que cuando crezcan solo esperarán instrucciones y órdenes para empezar a actuar. ESTO ES CLAVE.

Una de las competencias que más trabajo con diferencia en empresas en formaciones y talleres además de ponencias, es la PROACTIVIDAD E INICIATIVA. Se trabaja también desde la competencia del conocimiento personal, conocimiento de fortalezas y autoconfianza por lo que si no “practicamos” con estas pequeñas cosas desde pequeños, no esperemos que lo hagan de mayores “señores futuros empresarios que van a contratarlos” (sí, los adultos que leéis, ¿qué pedimos en los trabajadores o en nuestros compañeros de trabajo? Esto mismito...

Fuente: http://noelialopezcheda.wordpress.com/2014/10/30/me-niego-a-ser-la-agenda-de-mi-hija-por-el-whatsapp/

Padres hiperprotectores, hijos sin autonomía

Los padres quieren lo mejor para su prole, pero a veces el instinto de protección es tan intenso que acarrea consecuencias negativas. La nueva hiperpaternidad ve a los hijos como seres intocables, que tienen más miedos que que nunca.

En el 2008 Álex, un profesor universitario de Barcelona, visitó Estados Unidos por motivos de trabajo. De aquel viaje no se le olvidará nunca esta escena, que tuvo lugar en una librería de Washington, la capital. “Estaba con Núria, una colega, y caminábamos por un pasillo entre las estanterías. Había un niño, de unos once años, ojeando un libro, que nos bloqueaba el paso y Núria le tocó el hombro, levemente, para apartarlo”. Fue un gesto casi automático, de hecho, el niño “apenas se dio cuenta”, describe Álex: “Pero la madre… ¡Ella sí se dio cuenta!”, recuerda. “Apareció de repente y se puso a gritarle a Núria como una posesa, diciéndole que cómo se atrevía a tocar a su hijo y, que si lo volvía a hacer, iba a llamar a la policía… Nos quedamos de piedra”.

Una situación similar la vivió en Nueva York el escritor y periodista David Sedaris. La relata en su último libro, Let’s explore diabetes with owls (Little Brown), e implica también tocar ligeramente por el hombro a un niño. En este caso, un adolescente que había estado grafiteando un buzón de la calle mientras sus padres hacían la compra en un supermercado. Cuenta Sedaris que, ante aquel acto incívico, un vecino posó su mano sobre el hombro del chico y empezó a llamarle la atención. Cuenta también Sedaris como, al escuchar los gritos, emergieron del supermercado los padres de la criatura, quienes corrieron junto a su retoño. No se inmutaron, sin embargo, al oír lo que éste había estado haciendo mientras ellos compraban. Se limitaron a encararse con el hombre (quien seguía posando ligeramente la mano sobre el hombro del adolescente), y le espetaron, indignados, lo siguiente:

–¿Quién le ha dado a usted derecho a tocar a nuestro hijo?
El hombre, un poco confundido, les explicó lo 
que su hijo había estado haciendo con un enorme rotulador, que yacía ahora a sus pies, pero los progenitores continuaron, indignados:
–No me importa lo que hacía mi hijo –le dijo la madre–. Usted no tiene derecho a tocar a mi hijo. ¿Quién se ha creído usted que es?
Y acto seguido, indicó a su marido que llamara a la policía, cosa que, cuenta Sedaris, el marido ya estaba haciendo.

La hiperpaternidad es un modelo de crianza originado en Estados Unidos, basado en una incansable supervisión por parte de los padres sobre los hijos, que se ha importado con éxito a Europa. Y a las ya conocidas variedades de los padres helicóptero (que sobrevuelan sin tregua las vidas de sus retoños, pendientes de todos sus deseos y necesidades) y de los padres apisonadora(quienes allanan sus caminos para que no se topen con dificultades) se les ha añadido la de los padres guardaespaldas: progenitores extremadamente susceptibles ante cualquier crítica sobre sus hijos o a que se les toque.

Ignasi Schilt, profesor de educación física, con casi treinta años trabajando con críos, ha vivido en primera persona esta última versión de los hiperpadres. El año pasado era el coordinador del equipo de monitores de una escuela pública de Barcelona, un trabajo que dependía del ampa (la asociación de madres y padres). Un empleo que ya no tiene desde que un mediodía abroncara a un grupo de niños por su mal comportamiento. “Después de comer hacíamos rotación de zonas de recreo: unas clases iban a la pista de fútbol, otras al patio, otras al gimnasio…”, explica Ignasi. “Allí había empezado a trabajar un monitor nuevo, así que fui a ver cómo iban las cosas”. Al abrir la puerta, vio que las cosas no iban bien: niños y niñas descontrolados, saltando como posesos, jugando a la pelota, los zapatos tirados por todas partes… El griterío era ensordecedor e Ignasi los mandó callar a todos de inmediato: “Les dije que pararan –recuerda– y que no sabía si estaba entrando en el gimnasio de la escuela o en la matanza del cerdo de mi pueblo”. Los niños callaron pero, dos días después, el ampa recibió una carta de un grupo de padres y madres indignados, denunciando que Ignasi había llamado “cerdos” y “animales” a sus hijos. “Cuando me pasaron la carta, mi primera reacción fue no creer lo que leía”, recuerda. “Después pensé que quizás no había transmitido bien el mensaje a los niños y que ellos no lo habían transmitido bien en casa, así que propuse una reunión con los padres, para explicarme”.

La reunión, muy concurrida (“Ojalá en una reunión informativa de la escuela o del ampa se presentaran tantas familias”, apostilla Ignasi), no fue bien. “Aunque hubo algunos padres conciliadores, ganaron los reivindicativos, quienes estaban convencidos de que había llamado “cerdos” a sus hijos”. Ignasi ya no está en la escuela después de esto: “El ampa recibió tanta presión que me tuve que ir. Fue un acoso y derribo”, concluye.

Del asunto, saca varias conclusiones. La primera, que cada vez hay menos límites por parte de los padres: “Nos creemos capaces de poder actuar sobre todo, de criticarlo todo, de hablar sobre todo… Y es cierto que siempre ha sido así pero, la diferencia es que ahora somos capaces de actuar, hay más medios para hacerlo, y las redes sociales son uno de ellos”. También ha detectado que lainfluencia de los progenitores es cada vez mayor en las escuelas, en especial, en aquellas con ampas potentes. “Los padres cada vez están más involucrados en los colegios, lo que, aunque es bueno en muchas cosas, puede también provocar malas dinámicas”, señala. Porque pese a su labor positiva, las ampas a veces también pueden ser plataformas para que haya progenitores que hagan lo que ellos quieran. “En una escuela en la que trabajé, el comedor lo llevaba el ampa, y había una madre que se metió en la organización simplemente para diseñar el menú para sus hijos, en base a lo que les gustaba a ellos y lo que no”.

Samantha Biosca, tutora de ESO y bachillerato en una escuela privada de Barcelona ya desaparecida, también se ha encontrado con este tipo de padres guardaespaldas durante sus quince años como docente. “En varias ocasiones me han dicho, tal cual, que ‘no les iba bien’ que castigara a su hijo a quedarse un viernes por la tarde a recuperar deberes, porque se iba de fin de semana, o que no aceptaban que les hubiera confiscado el móvil en clase”. También recuerda como, en unas convivencias, cuando quiso enviar a casa a un adolescente al que pilló fumando porros, la respuesta del padre fue un contundente: “Ni se te ocurra. Mi hijo se queda. He pagado las colonias”. Este tipo de intervenciones, asegura, han ido aumentando en los últimos años. “Los niños son cada vez másintocables: saben que pueden hacer lo que les da la gana y que no les pasará nada, porque tienen detrás a sus padres, quienes los protegen de lo que sea. Se ha ido perdiendo el respeto por la figura del maestro: se nos ha ido desautorizando. La culpa siempre la tienen los otros”, lamenta. Una actitud que, comenta, no deja de ser sorprendente: “Porque los padres hoy están muy desorientados y algunos no tienen, literalmente, el tiempo de educar”. Y, aunque señala que muchos aún confían en el maestro, cada vez son más los que lo cuestionan, incluso con gran virulencia: “Y yo, como muchos otros docentes, estoy dispuesta a luchar para educar a los niños, pero los padres nos han de dar el poder para ello. Si nos desautorizan, si no vamos a la par… ¡Acabamos!”.

Para Samantha, quien se ha especializado en coaching para adolescentes, esta crianza hiperprotectora deriva en “niños tiranos” que, paradójicamente, lo tendrán difícil en la vida como adultos debido a la excesiva supervisión paterna. Ignasi Schilt también cree que el excesivo respaldo paterno es contraproducente porque, unido a la ya habitual falta de límites, produce personas que creen que tienen muchos derechos pero ningún deber, con el coste que ello implica para la sociedad.

Encima, los niños sobreprotegidos tampoco lo pasan bien durante la infancia. En parte porque tanta protección, tantos parachoques, hacen que los miedos los inunden, ya que no han tenido que enfrentarse a ellos. De ello da fe Cristina Gutiérrez Lestón, codirectora de La Granja Escola de Santa Maria de Palautordera: un centro de colonias a las faldas del Montseny especializado eneducación emocional, por el que pasan cada año más de diez mil alumnos. “En los treinta años que llevo de profesión juro que nunca había visto tantos niños con tantos miedos. Nunca”, remarca. “En los últimos cinco años ha sido brutal. Hay miedos a todo y miedos fuertísimos, de parálisis: miedo a sacarse la chaqueta, a decir no, a decidir, a la comida, a los animales… También hay una acuciante falta de autonomía que veo que, como los miedos, está causada por la sobreprotección”. Sobreprotecciones como aquella niña a quien, descubrieron, su madre le daba el antitérmico Dalsy cada vez que le lavaba el pelo (para que no se resfriara) o el elevadísimo porcentaje de niños y niñas de segundo de primaria que todavía usan pañal por la noche porque, para los padres, “todavía no están preparados para sacárselo”.

Y los niños criados así, entre tantos algodones y amortiguadores, continúa Cristina, tienen “muchos miedos y muy exagerados: miedo a uno mismo, a no tener amigos, a perder, a cosas que te sorprenden: ¡Hay niños que no vienen aquí por miedo a que les pongamos para comer algo que no les guste!”. Son niños evidentemente sin autonomía, algo que en un futuro pasa factura: “Porque el miedo provoca que uno no pueda ser uno mismo y a partir de esto empiezan otros problemas más serios: la falta de identidad, la tolerancia cero a la frustración…”.

Cristina, que acaba de publicar un libro sobre educación, Entrena’l per a la vida (Plataforma), entiende el instinto de protección hacia los hijos. Es algo natural: la inseguridad, el miedo y las ansias de protegerloson sensaciones que existen entre la mayoría de los padres. Sin embargo, esta pedagoga cree que es fundamental preguntarse quién va a educar al hijo o la hija, los padres o los miedos de los padres: “El problema es que no podemos esconderles las piedras en el camino porque las piedras están ahí; el mundo está lleno de dificultades”. Por ello, insta a los padres a que, “si hay piedras, se las enseñen”, y si el hijo o hija se caen, “miren cómo se cae y le ayuden a levantarse, pero que no impidan a toda costa que se caiga, porque en la vida hay que saber levantarse. Los padres tienen que saber que sobreproteger es desproteger”, concluye. 

Sigue a la autora en twitter @EvaMilletEduca2



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miércoles, 22 de octubre de 2014

«Si quiere un hijo miedoso, protéjale y resuelva sus problemas»


José Antonio Marina dedica su último libro, «Los miedos y el aprendizaje de la valentía», a padres y profesores

«Si quiere un hijo miedoso, protéjale y  resuelva sus problemas»
ISABEL PERMUY

Que el filósofo José Antonio Marina reconozca que «todos tenemos miedos» puede resultar tranquilizador. Aunque haya un matiz que las personas, según este investigador, deberíamos tener claro. «Hay miedos que nos protegen y miedos que nos destruyen. Estos últimos son nuestros enemigos y como tal hay que declararles la guerra». Esta batalla de Marina está especialmente dirigida a los niños, porque sus miedos, asegura, «pueden llegar a entorpecer su desarrollo». Sobre cómo enseñarles a afrontarlos y vencerlos versa su último libro, «Los miedos y el aprendizaje de la valentía», toda una pedagogía del coraje.

—Dice usted que hay miedos que nos protegen, y miedos que nos destruyen. ¿Por qué a veces consigue dominarnos el miedo?

—Porque es muy astuto, es muy sutil, nos engaña con mucha facilidad. Engaña porque nos presenta como solución justo aquello que hay que evitar, que es la huida. Y con muy buenas razones. Por ejemplo: una persona a la que le da miedo ir a una fiesta, en vez de decir "me da miedo la fiesta", lo que piensa es "si va a ser muy aburrida, para qué voy a ir, además no tengo que ponerme, y encima que bien, porque dan una pelicula en la tele". Acaba no yendo, y su decisión le tranquiliza momentáneamente. Pero la soledad es un antídoto falso contra el miedo social. Falso porque en realidad lo está alimentando. Al miedo hay que tenerle verdadero odio. Hay que declararle la guerra.

—Este libro está dedicado a los miedos infantiles y adolescentes. ¿Qué tenemos que ver los padres en los miedos de nuestros hijos?

—Mucho. Los padres deben intentar no transmitir sus miedos al niño, porque los miedos se copian. Otras veces los niños aprenden los miedos porque se los contamos. Les damos demasiadas advertencias del tipo: «No hagas esto que es muy peligroso», lo que hace que los pequeños vayan teniendo la idea de que viven en un mundo hostil lleno de peligros, donde lo mejor es no salir mucho al exterior. Es decir, si usted quiere un hijo miedoso y vulnerable, protéjale, resuelva sus problemas, dele ejemplos de cobardía... En las familias se aprende el modo de enfrentarse a los problemas, que es un componente muy importante de la valentía. La valentía en realidad significa: «Me molestan los problemas como todo el mundo, pero procuro enfrentarme a ellos». En cambio las conductas de evitación favorecen el miedo. Y muchos niños aprenden las conductas de evitación en sus familias.

—Por contra, ¿qué podemos hacer los padres para criar hijos valientes?

—Lo importante es que el niño no aprenda miedos exagerados o peligrosos para él. Eso se puede conseguir demostrándole que vive en un ambiente seguro, que no todo el mundo es malo, que el mundo es previsible (mediante unos ritmos estables de vida...). También no provocándole experiencias de miedo injustificado, ni asustándolo. Y por supuesto, premiando todas las conductas donde el niño demuestre algo de valentía.

—¿Cómo actuamos, en cambio, cuando detectamos un miedo en nuestro hijo?

—Lo primero es no quitarle importancia. Da igual que sea miedo o que viene lloroso porque no le han invitado al cumpleaños de su amiguito. No son cosas de niños. Para el niño en ese momento es muy importante porque está ocupando toda su conciencia. Es muy conveniente que las primeras palabras que aprenda el pequeño (a los dos o tres años) sean palabras que tengan que ver con los sentimientos, tanto de tristeza como de alegría. En el momento en que puede hablar de ellos, verbalizarlos, comunicarlos... también conseguirá tranquilizarse. Hay que tener en cuenta que el niño se asusta cuando no sabe qué le pasa. Si, definitivamente debemos hablarles y conviene mucho que ellos hablen también de sus miedos. Los padres tienen que tener paciencia para escucharles cuando hablan de esto o de cualquier sentimiento que les perturba. Es importante también que sean conscientes de que cuando tienen la primera noticia de los miedos de su hijo, no es el momento de dar consejos, sino de acogerlo y confortarlo. Cuando esté calmado, podremos hablar de ello. Convendría entonces preguntarle qué solución se le ocurre a él. Los niños tienen ideas estupendas. Además, esta es la forma de enseñarle a afrontar los problemas.

—La timidez y las dificultades en las interacciones sociales de los niños aparecen en su última obra como el problema más frecuente e importante de los menores. ¿Cuáles son los procedimientos para luchar contra esto?

—Los procedimientos para luchar contra la timidez pasan por no sobreproteger al niño, porque eso favorece las conductas de evitación y las premia. También por no colaborar con su miedo, permitiéndole que viva en permanente retirada. Y por intentar corregir las explicaciones que se da acerca de su miedo. Sería conveniente ayudarle a mejorar sus habilidades sociales, favoreciendo las ocasiones de exposición al «peligro» (invitando amigos a casa, animándole a que inicie interacciones, etc). También ponerle pequeñas tareas en las que pueda triunfar y elogiar sus éxitos... Es importante combatir la timidez porque esta priva al niño de uno de los grandes antídotos del miedo, que es la amistad y una buena interacción con sus iguales.

El miedo al colegio

—En «Los miedos y el aprendizaje de la valentía» usted cita el miedo a ir a la escuela de determinados niños como otro gran problema en aumento. ¿De dónde nacen y cuál debería ser aquí el papel del docente?

-De que son niños que anticipan consecuencias desfavorables: los compañeros se van a reir, les van a regañar, no van a saber contestar, voy a ser más torpe que los demás... Por alguna razón, estos chicos detectan algún elemento amenazador donde otros no lo ven. Las dificultades de aprendizaje causan muchas preocupaciones. Algunos niños llegan a hacer novillos porque les da miedo no aprender. Estos miedos se podrían achacar a una mala acción del docente. Lo más importante es que estos no caigan en esa tentación de utilizar el miedo, porque es muy fácil hacerlo. Los docentes tenemos que estar alerta porque con frecuencia los niños salen de la escuela sabiendo con certeza para qué no sirven, pero sin tener una idea clara de sus fortalezas. Y eso puede provocar un sentimiento crónico de no poder enfrentarse a los problemas. Con mucha frecuencia se utiliza el miedo como herramienta pedagógica pero la escuela tiene que ser un ámbito alegre y un ámbito de confianza. Esto no se nos debe olvidar nunca.

«El mayor miedo de los adultos es a la evaluación de la mirada ajena»